21 de agosto de 2011

Pasta Piedra


"Un siglo después..."



El estafador argentino Eduardo Valfierno y el falsificador francés Yves Chaudron se conocieron en Buenos Aires y en una conversación surgió el plan: robar La Gioconda de Da Vinci, para hacer copias y venderlas a algunos ingenuos coleccionistas inescrupulosos. El plan trazado por ambos quedó completo con la incorporación del carpintero italiano: Vincenzo Peruggia, antiguo empleado del museo de París. El 21 de agosto de 1911, vestido con un guardapolvos blanco como el que utilizaban los empleados del Louvre, el italiano descolgó el cuadro, le quitó el marco y con el lienzo enrollado bajo el brazo, salió por la puerta principal perdiéndose en las calles parisinas. El salón en el que se exhibía la obra no tenía guardias ni visitantes, el museo estaba cerrado por mantenimiento. Peruggia, sin inconvenientes, volvió a su patria con el botín. Al día siguiente, el restaurador Luis Beround que trabajaba en una obra que tenía como referencia a La Gioconda, llegó al Louvre y advirtió que la pintura no estaba en su lugar, pidió explicaciones al guardia de seguridad que no pudo darle respuestas, pero le sugirió que el cuadro de Da Vinci podría haber sido llevado al estudio de fotografía del museo para retratarlo. Las primeras investigaciones trabajaron con dos hipótesis: - que se trataba de un sabotaje perpetrado por los empleados del museo en reclamo de salarios; - que se trataba del plan de algún psicópata para extorsionar al gobierno. Ninguna pudo ser comprobada. El lienzo permaneció desaparecido durante dos años, hasta que el carpintero intentó venderlo. El 10 de diciembre de 1913 Peruggia le ofreció al director de la Galleria degli Uffizi, Alfredo Geri, el original. Geri sabía que la obra había desaparecido y fue a verla acompañado por la policía. Tras ser recuperada, fue exhibida en Florencia, Roma y Milán. El 4 de enero de 1914 fue regresada en un tren sumamente protegida al Museo de Louvre. Peruggia fue enjuiciado por el robo , afirmó que le habían encomendado el robo para hacer copias y venderlas como originales, pero que nunca más volvieron a contactarlo después del 21 de agosto de 1911. Lo enviaron a la cárcel, sólo por un año y quince días. En 1925, el autor del robo murió en Annemasse, una localidad y comuna francesa cercana a la frontera con Suiza. En 1931, Valfierno se contactó con el periodista de un periódico de Filadelfia, EE.UU, Charles Becker. Quería contarle la historia, revelar una verdad antes de morir: que el robo del cuadro cometido veinte años antes era un plan que él había ideado magistralmente. El plan había sido tan perfectamente planeado que hubiera sido imposible conocerlo si su vanidad no lo hubiera llevado a revelarlo y contar que él era el autor intelectual del robo. Así fue como se publicó la primera historia en 1932 en un periódico de Estados Unidos. En 1910, con el nombre de Enrico Bonaglia se cruzó en Buenos Aires con Yves Chaudron, el copista de cuadros y futuro falsificador. Ese mismo año viajó a Francia, con un ingenioso e infalible plan bajo el brazo y con una nueva identidad: el conde Valfierno. Chaudron había nacido en Lyon, Francia, y se había especializado en copiar cuadros de Murillo, Rivera y Zurbarane. Pero él nunca se consideró un falsificador: “Un artista que copia es más hábil que el copiado. El artista copiado no ha hecho más que dar libertad a sus instintos: hace lo que le sale, lo que puede. En cambio, el que copia se fuerza, se tuerce para hacer lo que el otro hizo sin querer. “Lo que en uno fue naturaleza, en el otro es arte”, le dijo al periodista Becker. Entre 1911 y 1913, el falsificador francés logró seis copias que Valfierno vendió a cinco estadounidenses y un brasileño, por un valor de 300.000 dólares cada una.
Eso confesó al periodista en 1931, que publicó la historia en 1932, inmediatamente después de la muerte del estafador.